miércoles, 15 de marzo de 2017

Prescindir o no de "La naranja mecánica"... Esa es la cuestión

¡Buenas/os días, tardes, noches! Ya hace bastante tiempo que no escribo nada acá, pero no es porque no quiera: la universidad absorbe mi tiempo por completo, y me queda poco tiempo par escribir por placer. En esta ocasión les traigo un trabajo que escribí orginalmente para una clase de Redacción. El ejercicio era escribir sobre el que nosotros consideráramos el "mejor libro del mundo". Yo no considero que A Clockwork Orange sea el mejor libro del mundo, y tampoco es de mis favoritos; sin embargo, decidí escribir de él porque la película sí es de mis favoritas y no hubiese existido sin el libro. Con esa postura defendí el libro de Bürgess, y encontré cosas interesantes. Así que se los comparto, esperando que sea de su agrado. Por cierto... Esta vez adjunto la bibliografía, por si alguno de mis lectores está interesado en conocer más de algún tema de los que toco en el texto. 

Anthony Burgess no es, quizás, un autor imprescindible en la historia de la literatura universal, salvo por su novela más conocida: A Clockwork Orange (La naranja mecánica), publicada por primera vez en 1962. Lo cierto es que algo tuvo que haber visto el director de cine Stanley Kubrick para querer adaptarla a la pantalla grande y “hacer la mejor película juvenil de la época” (Gary Leva, 2007) ―y una de las mejores de toda la historia del cine. Ahora el punto es ahondar más en la obra e identificar esos puntos clave que llamaron la atención de Kubrick, los elementos que hacen de La naranja mecánica una novela imprescindible, aquellos factores que provocaron que el nombre de Burgess no se perdiera con el paso del tiempo. Hay varias razones por las que cualquier lector respetable no debería privarse de La naranja mecánica: la original forma de utilizar el lenguaje como forma de autocensura, la configuración de sus personajes ―especialmente de su protagonista― y, por supuesto, el hecho de que sin la obra de Burgess no hubiésemos tenido la joyita de película basada en la novela.
            La naranja mecánica sigue la historia de Alex Delarge, un adolescente que gusta de escuchar a Beethoven y practicar la ultraviolencia, a lado de sus tres amigos Pete, Georgie y el Lerdo. El universo diegético de la novela es un lugar no-utópico (o, si se prefiere, distópico), en el que las cárceles están sobrepobladas y abundan bandas juveniles, como la liderada por Alex, que practican la violencia sin razón, sin ningún tipo de respeto hacia nadie: “¿Qué clase de mundo es éste? Hombres en la luna y hombres que giran alrededor de la tierra [sic] como mariposas alrededor de una lámpara, y ya no importa[n] la ley y el orden en la tierra [sic]” (Burgess, 2013, 16). La sobrepoblación de delincuentes juveniles tanto en la cárcel como en las calles, la aparente inhibición del mundo adulto para impedir que la plaga se propague y el tratamiento deshumanizador que utiliza el gobierno como forma de control sobre este problema, son algunas de las características del lugar sin nombre en que nos sitúa Burgess en La naranja mecánica.
Luego de algunas aventuras nocturnas en la que se incluyen una paliza a un anciano, el enfrentamiento con una banda rival y la violación de la esposa de un escritor Alex vuelve a su hogar, sin ningún remordimiento por lo que hizo. Así, desde la primera parte ―el libro está dividido en tres― se puede comenzar a identificar las características del protagonista. El nombre, en ocasiones, “es el centro de imantación semántica de todos sus atributos, el referente de todos sus actos, y el principio de identidad que permite reconocerlo a través de sus transformaciones” (Pimentel, 2014, 63). Así pues, Burgess dice que eligió “el nombre de Alex porque era un diminutivo de Alejandro Magno, un hombre que conquistó el mundo pero que con el tiempo fue vencido, quedó impotente y privado de la palabra” (Hernández Luján, 2014). Alex Delarge, como Alejandro Magno, estuvo en la cima y después se vio en completa inhibición como consecuencia del experimento Ludovico: pierde su capacidad de discernir entre el bien y el mal.
Sin embargo, Alex Delarge es más que una alegoría por su nombre. Su personaje está bien delineado de principio a fin. Es un personaje con una moral bastante dudosa, característica que se puede inferir por boca de las niñas con las que Alex mantiene relaciones sexuales hacia el final del capítulo cinco de la primera parte “Bestia, animal odioso. Monstruo horrible y repugnante” (Burgess, 49), y por la misma reacción que Alex tiene ante esta situación “Se fueron escaleras abajo y yo me hundí en el sueño, y la vieja Alegría Alegría Alegría [sic] golpeaba y aullaba lentamente” (49). Es también un alma sensible al arte, como algunos líderes de la vida real no tan diferentes a Alex ―recuerde el lector a cierto militar miembro del Partido Nacionalsocialista―: “La música siempre me excitaba, oh hermanos míos, haciéndome sentir como si fuera el propio y viejo Bogo [Dios] en persona, listo para descargar rayos y centellas y tener a los vecos [sujetos] y la ptitsas [muchachas] crichando [gritando] en mi ja ja ja poder” (44). Como puede observarse, Alex narrador intradiegético no tiene ningún reparo en mostrarse como lo que es: un joven que se identifica con el Dios del Antiguo Testamento. Este cinismo va en aumento conforme avanza la novela, cuando Alex es arrestado, él miente desvergonzadamente a los oficiales “No fui yo, hermano, señor […] Defiéndame, señor tan malo no soy. Señor, los otros me traicionaron y me llevaron por mal camino” (72). Uno de los últimos momentos en que Alex continúa siendo un cínico es antes de someterse al experimento Ludovico “―Oh, me gustaría ser bueno, señor― contesté, pero por dentro, hermanos, smecaba [reía] realmente joroschó [bien]” (98).
Pero nuestro personaje sería muy plano si no estuviese sometido a una transformación, transformación que incluye Burgess en su relato de una manera más que atinada. Hay que recordar que las dos características de Alex son su cinismo y la sensibilidad al arte (especialmente a la música). Así, el primer rasgo de personalidad se anula al ser sometido al experimento Ludovico:
“comprendí que la música que resonaba y crepitaba en la banda de sonido era de Ludwig van […] y entonces criché [grité] como un besuño [loco]: ―[…] ¡Un pecado, sí, eso, eso, un sucio pecado, brachnos [bastardos]! […] Usar de ese modo a Ludwig van. Él no hizo daño a nadie. Beethoven no hizo más que escribir música” (116)
Alex siempre se muestra honesto y desvergonzado con el lector, es decir, a nivel discursivo, pero en el nivel diegético es la primera vez que se muestra débil, la primera vez que no finge. Esto se repetirá casi hasta el final de la novela, como consecuencia del experimento al que es sometido. Es también casi al final, y después de su intento de suicidio, cuando Alex parece volver a su antigua condición violenta “pude videarme [verme] clarito corriendo y corriendo sobre nogas [piernas] muy livianas y misteriosas, tajeándole todo el litso [rostro] al mundo […] Sí, yo ya estaba curado” (182). Sin embargo, en el capítulo final Alex Delarge sorprende al lector, al tomar la decisión de reivindicarse porque comprende que su juventud ha terminado. El final termina de redondear al personaje protagónico de La naranja mecánica.
            Ahora bien, es difícil hablar de originalidad cuando ya prácticamente todo se ha escrito; de esta manera, resulta muy aventurado defender la novela de Burgess a partir de lo original que puede ser (o no) el uso del lenguaje como forma de autocensura. Decía Foster Wallace que “todas las Novelas Serias después de Joyce suelen ser valoradas y estudiadas principalmente por su grado de innovación formal” (2007, 178). Así, si hablamos de forma Anthony Burgess ―fiel admirador de James Joyce―nos muestra en La naranja mecánica una pintoresca manera de presentar la anécdota y de autocensurarse: un argot ficticio, llamado Nadsat. El Nadsat combina elementos del ruso y de lenguas eslavas, además de otro tanto porcentaje de palabras inventadas por el mismo autor. Esta característica es, sin duda, una de las más emblemáticas de la novela, pues por página se presentan alrededor de una docena de palabras en Nadsat (Evans, 191, 406). Lo anterior no es un obstáculo para disfrutar de la lectura. Al lector de La naranja mecánica le bastan unas quince páginas de lectura para terminar familiarizándose con el Nadstat; lo cual no le quita su genialidad, sino todo lo contrario, pues hay que recordar que fue utilizado más como elemento de autocensura que como recurso literario.
            No es una conjetura considerar el uso del Nadsat como recurso coercitivo, La naranja mecánica fue censurada y autocensurada, como lo declara el mismo Burgess. La censura es “el control del uso que los otros hacen del lenguaje” (Chilton y Schaffner, 305, 2008), no hace falta recordar que el mundo editorial es un negocio, que hay cosas que pueden o no ser publicadas en función de la remuneración económica expectante. Y fue precisamente el dinero el que llevó a Anthony Burgess a acepar una segunda forma de censura (la primera fue voluntaria: el Nadsat): mutilar su novela “en 1961 necesitaba dinero […] y si la condición para que aceptasen el libro significaba también su truncamiento, que así fuera” (Burgess, viii). En América el libro llegó sin el último capítulo, el famoso capítulo veintiuno, en el que Alex se reivindica. Esta última decisión abrumaría al autor de La naranja mecánica hasta el fin de sus días, como lo refleja en el prólogo a la edición de 1986.
Ahora bien, el uso del argot juvenil como forma de autocensura funcionaba en el libro, pero no en la película. La cantidad de palabras en Nadsat en el film de Kubrick (1971) es considerablemente menor que en la novela homónima. Hay que tomar en cuenta que son lenguajes diferentes, pero tanto Kubrick como Burgess utilizan el lenguaje cinematográfico y literario, respectivamente, de manera impresionante. Kubrick se “censura” (como Burgess) con los planos muy abiertos o muy cerrados (Leva). De esa manera fue como el elemento de autocensura se mantuvo en la adaptación cinematográfica. Por otro lado, la mutilación de la novela, para disgusto del escritor, se vio reflejada también en la película. No es necesario destacar los elementos que hacen de La naranja mecánica una gran película: fotografía, guion (esto es relativo, pues no existió otro guion que la misma novela), arte, producción, etc. Sin embargo, sucede como con el significado y el significante: una no puede existir sin la otra. La naranja mecánica (la película) tiene un lugar mucho más importante en la historia del cine del que tiene la novela en que está basada en la historia de la literatura, pero son inseparables. El nombre del escritor pasó a la historia gracias a que Kubrick leyó su relato, aunque para Burgess haya sido desagradable el reconocimiento de su novela a través de la película de Kubrick: “se resiste a ser borrada [La naranja mecánica] y de esto la versión cinematográfica de Stanley Kubrick es la principal responsable. De buena gana la repudiaría, pero no está permitido” (Burgess, vii).

Ya sea que el espectador o lector prefiera más el final con el capítulo veintiuno o sin este, es innegable que la novela está muy bien construida con y sin el mencionado capítulo. El personaje de Alex contiene rasgos de personalidad que lo han convertido en un personaje inolvidable. Sorprende también el hecho de que el autor de una novela tan censurada ―voluntaria e involuntariamente― haya utilizado esa coerción a su favor. Finalmente, cualquier cinéfilo estaría de acuerdo en lo que implicó La naranja mecánica para el cine. No obstante, afortunada o desafortunadamente, si Anthony Burgess no hubiese escrito la novela, el mundo entero se habría perdido de un gran film y esta es una de las razones de más peso por las que el mundo no puede prescindir de La naranja mecánica.

-Bürgess, Anthony. La naranja mecánica. Trad. Aníbal Leal. México: Booket, 2013.
-Chilton, Paul y Christina Schaffer. “Discurso y política” en Dijk, Teu a. Van (comp.).  El discurso como interacción social. Barcelona: Gedisa, 2008; pp 300-325
-Evans, Robert O. “Nadsat: The Argot and Its Implications in Anthony Burgess' ‘A Clockwork Orange.’” Journal of Modern Literature, vol. 1, no. 3, 1971, pp. 406–410. www.jstor.org/stable/3831064.
-Foster Wallace, David. Hablemos de langostas. Trad. Javier Calvo. Barcelona: Mondadori, 2001, pp. 168-179
-Great Bolshy Yarblockos! Making ‘A Clockwork Orange’. Dir. Gary Leva (2007). Disponible en https://www.youtube.com/watch?v=qnXOmfo7liU&t=33s
-Hernández Luján, Raquel. “Cine de ciencia-ficción: La naranja mecánica” (2014) disponible en http://www.hobbyconsolas.com/reviews/cine-ciencia-ficcion-naranja-mecanica-71858 consultado el once de febrero de 2017.
-Pimentel, Luz Aurora. “La dimensión actoral del relato” en Pimentel, Luz Aurora. El relato en perspectiva. México: Siglo XXI, 2014; 59-94